ASOCIACION BIBLICA SAN PABLO

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jueves, 16 de abril de 2015

ALGUNAS NOTAS SOBRE LOS SARCÓFAGOS PALEOCRISTIANOS

ALGUNAS NOTAS SOBRE LOS SARCÓFAGOS PALEOCRISTIANOS


Sarcófago paleocristiano, iglesia San Juan Bautista. Castiliscar. (Zaragoza).


Manuel Fernández Espinosa

Para entender los sarcófagos paleocristianos tenemos que saber de antemano que la cremación de los cadáveres era algo que repugnaba a los primitivos cristianos. Esto lo compartían los cristianos de la antigüedad con culturas como la egipcia, la fenicia, la cartaginesa, la babilónica, la persa y, huelga decir, la judía. Los griegos y los romanos incorporaron tardíamente la incineración. El hecho es que los cristianos rechazaban, por la esperanza de la resurrección, quemar sus cadáveres. Por eso crearon cementerios (etimológicamente "dormitorios") para depositar los restos de sus difuntos. Las profundas creencias que estaban detrás de esta costumbre se inspiraban como no podía ser menos en pasajes del Antiguo Testamento como del Nuevo. Los métodos de inhumación podían ser diversos, según los recursos de quien enterraba, pero tanto los cristianos como los no-cristianos que escamoteaban la incineración, si tenían posibles, preferían el sarcófago. La palabra "sarcófago", etimológicamente, quiere decir "el que devora la carne" y esto era algo más que una metáfora. Plinio el Viejo, en su "Historia natural de las piedras" ya dejó escrito que existía un tipo de piedra porosa a la que se le atribuía la cualidad de consumir en cuarenta días el cadáver que se depositara en el recipiente labrado para tal fin, dejando tan solo los dientes. Estos sepulcros estaban asociados, por lo tanto, a lo que se reputaba una activa disolución de la carne y eran muy demandados. El material del que estaban hechos se prestaba a esculpirlos y los paganos lo hacían con relieves que representaban escenas mitológicas relativas a la muerte: el rapto de Perséfone, la caída de Faetón, etcétera. Los cristianos, en cambio, mientras sufrieron la persecución, se veían constreñidos a ocultar la fe, encubriéndola bajo algunos motivos crípticos o jugando con escenas que, procediendo del mundo pagano, tenían para el cristiano otro significado: Odiseo atado al mástil de su barco, p. ej., fue una de las que adoptaron los cristianos. En ella, el palo al que Ulises estaba amarrado se interpretaba como figura de la Cruz y Ulises correspondía al difunto que se había librado de los cánticos de las sirenas.

Con la libertad que Constantino el Grande concedió al cristianismo, los cristianos van a gozar de la posibilidad de historiar esculturalmente sus sarcófagos que ahora no serán necesariamente fabricados en la piedra a la que se le atribuía la capacidad de consumir la carne, sino que será empleado el mármol, el pórfido u otro cualquier otro tipo de material apropiado. A la belleza de algunos de los relieves labrados hay que unirle la riqueza simbólica que plasman. Voy a ofrecer sucintamente un comentario de los elementos que más proliferan y del sentido de algunas de las escenas que se representan en estos sarcófagos paleocristianos que constituyen uno de los temas más apasionantes del cristianismo primitivo.

Basílica sepulcral de San Vicente Mártir (Foto Mª del Carmen Feliu)


En los sarcófagos más simples era frecuente decorar la superficie exterior con las "estrígiles" (estrías curvas) que también empleaban los paganos para exornar el visto frontal de sus sepulcros. El elemento puede considerarse a ojos profanos como un simple motivo decorativo, pero está cargado de significado. Las "estrígiles" eran unas rascaderas en forma curva que se empleaban para limpiarse el aceite con el que se lavaban el cuerpo los etruscos, los romanos y los griegos. Los atletas, al final de los juegos, también empleaban las “estrígiles” en el ritual de limpiarse el cuerpo tras haber competido. La "estrígile" era, por lo tanto, un objeto relacionado con la higiene de los baños y con las competiciones atléticas y, por ello mismo, es que son símbolo de la juventud; pero también podríamos asociarlo con el fin de algo (la vida terrena) que (como al término de un baño de aceite o tras las duras pruebas deportivas) cumple ritualmente retirar todo lo que sobra, como era sobrante el polvo adherido o el óleo en que se había embadurnado el cuerpo; y, de esta forma, ser recibido en la otra vida. Aquí es forzoso recordar aquel texto paulino que nos recuerda que: "Los atletas se privan de todo; ellos para ganar una corona que se marchita; nosotros, en cambio, una que no se marchita" (1 Co 9, 25).

Además de las estrígiles, los sarcófagos paleocristianos se enriquecieron, como más arriba hemos dicho, con esculturas en relieve que representan escenas extraídas del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las escenas veterotestamentarias que más se acostumbraban a labrar eran las que contienen un sentido de pasaje, muy vinculado a la fe en la existencia en el más allá y en la resurrección: así Jonás y la ballena, Daniel en el foso con los leones, San Elías arrebatado al cielo o Moisés descalzádose, etcétera. Cuando las escenas son del Nuevo Testamento, se prefieren los milagros de Jesucristo: la resurrección de Lázaro o la del hijo de la viuda de Naim, pero también hay abundan en nuestros sarcófagos paleocristianos escenas de claro significado de “pasaje”, como son el bautismo de Jesucristo en el Jordán o la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén: misterios que nos remiten al pasaje, al paso, al tránsito de un estado a otro. Jesucristo aparece muchas veces como joven e imberbe. También merece la pena decir que a Cristo se le representa en ocasiones con la "virga thaumaturga" (la vara taumatúrgica) que, según tradición del primitivo cristianismo, era la vara con la que Cristo hacía milagros sobre objetos inanimados, incluidos los cadáveres humanos, mientras que los demás milagros de que nos hablan los Evangelios, obrados por Jesucristo a ciegos y demás seres humanos vivos, los hacía por la imposición de manos (Jeirothesía).

Tucci (Martos, Jaén)

En los sarcófagos paleocristianos podemos encontrar plasmada en piedra la fe de nuestros ancestros que, tras más de dos mil años es la misma que nosotros confesamos; pero también podemos ir a ellos para descubrir la riqueza simbólica que presentan y más todavía hoy, cuando casi ha desaparecido el conocimiento de los símbolos y más necesario es para nosotros conservar la tradición santa.


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